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El poder de un gesto bueno


Había acudido a una exposición de esculturas de barro. Llamaban a la artista “las manos ciegas”. La encontré con las manos en una de sus figuras, con una sonrisa similar a la que le recordaba.
-Hace usted una obra maravillosa.
-Gracias –respondió con amabilidad, girándose hacia mí, sin verme. –Me suena su voz.
-Permítame contarle una historia...

Tenían cuatro años. Pedro había ido de vacaciones a la playa y trajo consigo postales para repartir entre sus compañeros y compañeras. Recuerdo que lo primero que pensé fue que aquel gesto provenía de sus padres, bien por presumir, bien por socializar, bien por generosidad. Prejuicios que procuré, desde entonces, no volver a realizar.
En el aula había una niña llamada Lucía que había perdido la vista en un accidente de coche. Era todo cuanto sabía de ella; eso, y que era una chica tímida, introvertida y seria para su edad; triste, para quienes se atrevían a soñar con la sonrisa de aquella pequeña morena de cabellos oscuros y mirada a ninguna parte.
Cuando Pedro terminó de entregar las fotografías compradas en alguna tienda de turismo, se dirigió a un armario que teníamos en clase para guardar los utensilios y sacó de ahí un cubo de plástico lleno de arena que debía haber metido al llegar, sin que yo me diera cuenta. Cogiéndolo con cierta dificultad, se acercó a Lucía y colocó el cubo en su mesa.
-Pedro, ¿qué haces? –pregunté, sorprendida.
-Espere, seño –fue su respuesta.
Pedro desanduvo el recorrido anterior para hacer el mismo trayecto, esta vez con un cubo de plástico lleno de agua. Todos contemplábamos la escena expectantes, con la incertidumbre de no saber para qué hacía aquello pero respetando su espacio, tal vez más por nuestra curiosidad que por la confianza en que haría algo útil.
-Lucía, mira –dijo entonces Pedro tomando las manos de su compañera y llevándolas al interior del cubo de arena. –Este es el suelo de la playa –explicó, –así es desde donde se aparcan los coches hasta el mar. -Dejó unos segundos para que Lucía conociera la arena y luego sacó sus manos del cubo para que las colocara en derredor del otro, el que contenía agua. –Ahora acerca la cabeza. –Lucía obedeció. –Así huele el mar.
La niña sonreía de una forma entrañable, completamente ilusionada. Deslizó sus pequeños dedos hacia el interior del cubo de plástico y jugó con el agua salina que contenía. Al cabo de un rato no muy grande, sacó sus manos y Pedro las guió hasta la arena nuevamente. Al ver cómo intentaba levantar el cubo de agua me acerqué para ayudarle, y me indicó dónde quería verter el contenido. Con cuidado, incliné el cubo de agua sobre el de arena, dejando caer un pequeño chorro de agua.
-Y así es como se unen la arena y el mar, –explicó Pedro, –la orilla.

La mujer, que a medida que avanzaba la historia se le había dibujado una sonrisa con aire de nostalgia, habló.
-¿Aún se acuerda?
-Cómo olvidarlo. Está viva en usted, en cada obra de esta exposición.
-Un gesto bueno puede cambiar la vida de una persona.
-¿Sabe? No se me había ocurrido hasta el momento pensarlo de esa forma. La orilla como el lugar donde se unen la arena y el mar. Siempre lo había entendido como el final de la arena y el principio del mar.
-Nuestra tendencia adulta a construir fronteras.
-Rompe usted los muros, acercando el arte y el mundo a través del tacto, utilizando barro y trayendo en macetas los aromas del mundo...
-Comparto con los demás lo que alguien me regaló hace mucho. Lo recibí sin pedirlo; yo lo doy sin que me lo pidan. Cuando perdí la vista, también se marcharon de mi vida la alegría, la presencia de uno de mis padres, el sentido de todo. El gesto de Pedro fue pequeño, puntual, pero suficiente para que se grabara en mi memoria, para que mi olfato y mi tacto no olvidaran la playa que llevó para mí a la clase. Un gesto bueno puede cambiar la vida de una persona, yo solo soy un ejemplo de muchos.
Agradecí su conversación y me marché. Desde entonces procuro sonreír a todas las personas con las que me cruzo; un pequeño gesto que, al menos, puede cambiar el día de alguna de esas personas a las que sonría.

Cartas que me han escrito los niños y niñas, ¡y un libro de alguien especial!

Este cuento os lo dedico a todos vosotros, por los pequeños gestos que habéis tenido conmigo y que no olvidaré, por enriquecer mis días y mi vida. ¡Muchísimas gracias!

María Beltrán Catalán

Comentarios

María (LadyLuna) ha dicho que…
¡Buenas tardes!
Aquí llego con un nuevo escrito, ¡espero que os guste!
He añadido en cada entrada la opción de compartir en las distintas redes sociales el texto, aparece en pequeños cuadritos, entre el número de comentarios y las etiquetas.
¡Gracias por vuestro tiempo!
¡Un abrazo!
Toñi ha dicho que…
encantador relato con moraleja que todos deberiamos seguir, que poco cuesta en muchas ocasiones una simple sonrisa y lo importante que puede ser para quien la recibe.
Mi niña, para tí siempre tendras mi mejor sonrisa. TK wapa
Sese ha dicho que…
A veces no somos conscientes lo fácil y agradable que es regalar felicidad, reconforta tanto al dador como al receptor.


Un abrazo
David ha dicho que…
Pequeños gestos que duran toda la vida. Sin saberlo, de forma inocente, Pedro le hizo el mejor regalo que Lucía podía haber recibido.
De la misma forma, tú nos regalas estos pequeños cuentos que nos hacen ser mejores personas.

¡Nuca dejes de compartir lo que escribes! ¡Besitos!
JUAN PAN GARCÍA ha dicho que…
Enternecedor tu cuento, Lady Luna. Es cierto lo que dices una sonrisa puede alegra el día de una persona, y es gratis, no nos cuesta nada entregarla. No dejes de escribir, guapa, es maravilloso lo que haces al difundir tus valores humanistas. Un beso
Noelia ha dicho que…
Ufff has conseguido ponerme el pelo de punta de principio a fin, me encanto el relato..Además me entran más ganas para comenzar a estudiar educadora social, ya que yo al igual que Pedro y ahora la artesana, quiero aportar sin que me sea pedido
Xevi CG ha dicho que…
¡Precioso!
Encantado de volver a leer tus relatos, siempre inspiradores i reconfortantes.
Gracias por seguir compartiendo sonrisas :)
Intentaré pasarme más a menudo :P
icarina_juan ha dicho que…
Alquien, que hoy es una estrella, me dijo un día que una sonrisa.......es el regalo más inolvidable para los ojos.

De nuevo tus preciosas letras, mi niña, son esa sonrisa que llega al corazón de quien las lee.

Felicidades!!
Ermelinda ha dicho que…
Hola María. A mi me gusta mucho como escribes. Besos . Ermelinda.
Axel ha dicho que…
Me gusta, me gusta mucho, mucho cómo Lucía introduce las manos en la arena. Es bonito, me atrae mucho cómo sienten las personas ciegas, me parece que tienen una capacidad para percibir el mundo que el resto no tenemos. Más allá de la moraleja (que también es muy bonita :3), me quedo con eso, con el sentimiento de ella al tomar en sus manos la arena y el agua. Es muy, muy bonito.

Un abrazo, Luna! ^^
Cyrvs ha dicho que…
Lo tvyo no son peqveños gestos, María, son mvy grandes. No me extraña qve la gente te qviera tanto y te llegven tantas cartas de agradecimiento por todo lo qve haces.
Patrick Ericson ha dicho que…
Durante años me he pasado por aquí para ver cómo evolucionabas como escritora. Veo, con gran satisfacción, que la edad ha madurado aquel sentimiento primerizo. No es que lo hagas bien, es que escribes y te expresas de maravilla. Sigue así. Te auguro un brillante futuro como escritora.
Por cierto, el cuento (como era de esperar)lo he encontrado realmente delicioso. Gracias por regalarnos tus relatos.
Anónimo ha dicho que…
Lloré desde un inicio, como logras llevarnos a esa aula para vivir algo tan sencillo, tan hermoso..
Gracias!
Sami Sopca ha dicho que…
Cuanta ternura y amor se refleja en este relato. Un simple gesto puede cambiarte la percepción. No deberíamos perder esa inocencia.

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