-Siempre estás feliz. ¡Todo te va bien! -Exclamó de pronto.
-Son dos conceptos que no tienen por qué ir relacionados -respondió con una leve sonrisa y un deje nostálgico en la voz.- Ser feliz depende de nosotros; que la vida nos sonría o nos de la espalda, no.
-A ti siempre te sonríe, Clarisa, no me vengas con cuentos.
-No, Esteban... A ti siempre te sonrío.
Clarisa le dedicó una cálida sonrisa antes de retirarse a su habitación. Esteban la observó mientras bebía el último sorbo de su bebida y se marchó del hotel. Compartían amistad desde hacía veinte años y ella jamás había perdido el equilibrio, al contrario que él, quien se había derrumbado incontables veces y había encontrado apoyo en su fiel compañera.
Clarisa cerró con delicadeza la puerta de su dormitorio y tomó asiento en la alfombra, junto a la cama de colchas rosadas. Lágrimas brotaron de sus ojos marrones mientras ella recogía sus piernas en un abrazo. Un mechón rizado y dorado se desprendió de las horquillas que habían mantenido su rostro despejado durante la cena. Pensaba en sus planes fracasados, en la confianza depositada en personas que la traicionaron o la abandonaron, en las batallas que había librado para llegar a ser quien era, especialmente contra sí misma. Pensaba en las ganas de derrumbarse, de tirarse al suelo y descansar por fin. Pensaba en sus miedos de quedarse allí tirada, sola. En su miedo a no recibir una mano dispuesta a levantarla. En su miedo a que volvieran a repetirse las historias llenas de decepción y traición. El sentimiento de soledad la golpeó en el pecho con fuerza.
Esteban salió del edificio y echó un rápido vistazo a los taxis que aguardaban pasajeros que llevar a cualquier parte. Decidió caminar. Hacía frío pero no llovía. ¿Qué habría querido decir Clarisa con esa última conversación? Lo cierto es que cuando quedaban solía ser él quien contaba su vida, quien compartía su carga y su alegría con ella. Pero si Clarisa no fuera feliz se lo hubiera dicho ¿no? Esteban sacó del bolsillo de su abrigo el móvil, buscó su nombre y la llamó.
El teléfono sonó para nadie. Clarisa acababa de pedir que le llevaran a la habitación una infusión que la ayudara a relajarse y se había cambiado de ropa. Estudió su expresión triste en el espejo del baño, los ojos enrojecidos y las mejillas mojadas.
Toc, toc.
La muchacha secó sus lágrimas con la manga de su pijama de flores y se dirigió a la puerta para abrirla y recoger su bebida.
-Es... Esteban. ¿Qué haces aquí? -La voz le temblaba al mismo ritmo que los labios. Los ojos, acuosos, desviaron su mirada a un lado.
Alguien llegó entonces con su infusión. Un agradecimiento y el caballero se marchó.
Esteban sintió que su corazón se hacía pedazos. Su amiga, la fuerte, el pilar y apoyo de su vida, estaba mal y él no tenía nada que decirle.
-Yo...
-Creo que es mejor que te vayas. Mañana será otro día -interrumpió ella.
Cuando Clarisa se dispuso a cerrar la puerta, Esteban se interpuso y la abrazó. Y ella lloró en su hombro todo lo que antes había llorado sola. Y, aunque con miedo, confió en esos brazos que en aquellos momentos la sostenían en pie.
No durmieron en toda la noche, Clarisa había compartido con él sus cargas, algunas más pesadas que otras, sus inseguridades, sus batallas... Esteban notó una ligera diferencia en la sonrisa de su compañera al día siguiente. Un brillo en los ojos y el compromiso por su parte a ser su fiel amigo. Porque así son las relaciones; un contrato no escrito entre dos corazones que deciden caminar juntos en la aventura de la vida.
María Beltrán-Catalán (Lady Luna)
Comentarios
Aquí llego con un nuevo relato. Espero que os haya gustado y que estéis todos bien. ¡No dudéis en dejar vuestro comentario! Así podré pasarme también por vuestros acogedores rincones. Siento la demora, pero ya sabéis que ando muy liada y apenas tengo tiempo para coger el ordenador. De hecho, este texto lo he escrito en el móvil.
Como novedad en mi vida, decir que fui admitida en el máster que quería ¡así que estoy muy contenta!
Os deseo lo mejor. ¡Un abrazo!
Este relato es una muestra de lo que es la verdadera AMISTAD, con mayúsculas.Ella, que reconforta a su amigo ocultando su pena para no él siga contando con ella como piedra de apoyo, como pañuelo de lágrimas, y como fuente de ánimo para levantarle en sus momentos bajos; El, que nota en su mirada y en su voz que algo va mal para su amiga, y regresa a consolarla, pero -y este es el dato que muestra la calidad de su amistad- sin aprovecharse de la debilidad de su amiga necesitada de cariño.
Una delicia de relato,admiro cómo dominas el arte de la Narrativa. Me alegro michísimo que todo salga tal como soñabas. Un beso y feliz semana.
Hacia mucho que no me pasa por aquí, lo siento.
Me ha encanta este relato, aunque como ya sabes me encanta como escribes.
Espero leer más cosas pronto.
Un beso
Precioso como siempre tu relato, lleno de ternura. Sigue así. Es bello leerte y es bello saber que esa ternura también anida en ti.
Encantada de conocerte. Tu relato rebosa ternura y es fresco.
Me ha gustado mucho.
Un abrazo.
Me ha gustado mucho.
Besos.
Gracias por tu fidelidad en las lecturas y comentarios, amigo Juan, Vanesa, Icarina y Toro.
Bienvenida a mi pequeño rincón, Asun, espero volver a leerte por aquí.
¡Un abrazo muy grande!
Besos.