-¡Tiradla por las escaleras!
Lucía apresuró sus pasos hasta salir del edificio. Buscó con rapidez a su madre y, al divisarla, corrió hacia ella y la abrazó con ternura. Siempre se alegraba de volver a estar con ella. Carolina besó su mejilla y, de la mano, la dirigió al coche y regresaron a casa.
-¿Cómo te ha ido en el colegio?
-Bien, como siempre. ¿Y a ti?
-También bien. He comprado pizza.
-¡Qué bien, mamá!
El almuerzo transcurrió sin imprevistos, con risas y a salvo. Al finalizar, Carolina se preparó para marcharse a trabajar mientras Lucía fregaba los platos. Un beso, un te quiero y un hasta luego. La joven, de trece años, acudió a su dormitorio para estudiar. Era demasiado temprano para salir con sus amigos. Sacó la agenda de la mochila y se le encogió el corazón al ver que una hoja de papel doblada caía al suelo. Se mordió el labio, tomó la nota y se dispuso a levantarse para tirarla sin leerla cuando una frase amable la detuvo: "léeme, por favor".
Lucía observó el papel con detenimiento. Si fuera un insulto o una amenaza, como en las demás ocasiones, no habrían utilizado ese "por favor". Suspiró y la colocó sobre la mesa, indecisa. Llevaba años soportando burlas, falsas acusaciones y empujones de sus compañeras, aunque lo había asumido como parte de su vida. Todo había empezado de una forma muy sutil y, para cuando quiso darse cuenta, se había convertido en el blanco de todos los actos de desdén. Al principio lloraba a escondidas, pero luego llegó a pensar que se lo merecía por ser diferente; eso sí, nunca supo en qué se diferenciaba de las demás niñas. En un impulso abrió la carta. La caligrafía no le resultaba familiar. Resopló.
La joven volvió a verse hacía dos meses, a punto de quitarse la vida. Un impulso le hizo soltar aquel arma, aquella idea, y regresar corriendo a sus estudios. Recordó cómo trató con todas sus fuerzas centrarse en algo distinto, agarrarse a la vida, porque el infierno sólo existía en aquel edificio con pizarras en cada habitación. Suspiró de nuevo, mordió su labio inferior y comenzó a leer.
Querida Lucía:
Algunas personas hemos sentido alguna vez que nos encontramos al borde de un precipicio: a un lado las espadas y, al otro, una caída mortal. Hemos ignorado los gritos de alarma y los pasos amenazantes que se dirigían hacia nosotras, pensando que pasarían de largo, que nadie desearía dañar a otras personas por envidia, diversión o aburrimiento. Hemos restado importancia y rezado por la paz cuando les vimos desenvainar las espadas...
Algunas personas nos hemos enfrentado sin más armadura que nuestras ansias de vivir. Otras, le hemos dado la espalda al reluciente brillo de las armas afiladas y hemos contemplado el vacío, confiando con ingenuidad en que si nosotras no les vemos, ellos tampoco lo harán. Y también nos hemos quedado de pie, frente al ejército, con postura desafiante, preguntándonos y preguntándoles con mirada de incomprensión un sencillo porqué que nadie responde.
Nos han atacado. Hemos saboreado la sangre de un alma que se rompe, llevándose consigo a la persona que éramos. Pero no cambiaron nuestros principios: al alba, seguíamos allí, con la venda que debía cubrir nuestras heridas por bandera blanca.
Nos han matado.
Algunas respiramos todavía; otras, ya no. Algunas de las que respiramos todavía, hemos renacido.
Algunas hemos vuelto a la vida, combativas, para unirnos a esas personas que se hallan al borde del acantilado, que se ven obligadas a reducir el mundo a dos extremos: el sufrimiento o la muerte. Porque nunca hay dos opciones, porque la vida es mucho más, porque si se levanta la vista hay un hermoso cielo aguardando nuestro vuelo, un paisaje hermoso esperando que formemos parte de él con nuestra sonrisa. Porque nadie tiene derecho a reducir nuestras opciones, porque nadie merece ser infeliz, porque tú no mereces ser infeliz... Porque ya no estás sola.
Podemos vernos mañana en mi despacho a primera hora.
Atentamente,
Catalina.
Lucía contemplaba atónita las letras que tenía frente a ella. Catalina era la orientadora de su colegio, una chica nueva que se había formado en pedagogía, con especialidad en orientación. ¿Cómo sabía su nombre? ¿Cómo le había introducido aquella carta en su mochila? ¿Cómo se había dado cuenta de que estaba al borde del precipicio? Guardó la hoja de papel en su bolsillo y se puso a estudiar.
Al día siguiente Carolina notó nerviosa a su hija, quien se excusó aludiendo a un examen que tenía a primera hora de la mañana. Lucía no se sentía bien mintiendo a su madre, pero no quería defraudarla, deseaba que Carolina estuviera orgullosa de ella, y sabía que ser la diana de las maldades escolares no era motivo de orgullo. Un beso, un te quiero y un hasta luego. Lucía se adentró en el edificio y, tras subir el primer piso, no siguió por las escaleras hasta su clase, sino que caminó por el largo pasillo en dirección al despacho de la orientadora.
Autora: María Beltrán Catalán (Lady Luna)
Autora: María Beltrán Catalán (Lady Luna)
Comentarios
Desde aquí me gustaría pedirle a los profesionales de la educación que sean atentos a los alumnos y que no permitan ni un atisbo de injusticia. Que si sospechan, investiguen, porque el acoso se da donde se permite.
A las familias les pido humildad con sus hijos. No se muestren perfectos y queridos por todo el mundo, sean realistas, denle a los niños la confianza necesaria para que se "humillen" y os cuenten su situación si están sufriendo maltrato. Y no olvidéis que la protagonista de la historia es siempre la víctima, pero no la culpable.
A las víctimas me gustaría decirles que, en el lugar de Catalina, se encuentran asociaciones en contra del acoso escolar, vuestras familias, vuestros amigos, la policía. Pedid ayuda. Nadie merece ser infeliz, vosotras tampoco merecéis ser infelices.
Este escrito va por vosotras, por quienes habéis perdido la vida y por quienes habéis sobrevivido, por quienes lo recuerdan y por quienes, quizá por fortuna, lo han olvidado; por quienes se encuentran en el acantilado; y, cómo no, por todas las personas que luchan porque el maltrato no se lleve una vida más.
Me encanta cómo se reflejan los sentimientos del que vive ese infierno y cómo se abren las puertas y las esperanzas. Porque el acoso sólo es una parte, amarga, de la vida, pero en ningún caso es la vida.
Un abrazo, artista.
Qué importante es la labor de los educadores y lo poco que los políticos lo tienen en cuenta, y así nos va como nos va.
Un abrazo
El relato me ha helado la sangre.
Besos.
Excelente blog, ya vendrè con màs tiempo a leerte que veo hay mucho.
Me anoto.
Abrazos desde Roma.
Te quiero bonita :)