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Un día de tormenta

Aquella tarde había tormenta, así que el pequeño Arturo contemplaba enfurruñado, con el rostro muy cerca del cristal de la ventana, la lluvia y los truenos, la hierba mojada, el columpio empapado y los árboles estremecerse.

-¿No te gusta el agua, Arturo? -preguntó con dulzura maternal su abuela, doña Josefa.
-Así no se puede salir a jugar -se quejó, girándose para mirar a su abuela. Vestía con un delantal nuevo que le habían regalado por su cumpleaños número ochenta y llevaba magdalenas recién hechas en una bandeja. Olían muy bien. -¿Las de limón?
-Así es, tus favoritas.
-¡Bien!

Doña Josefa sonrió. Su nieto era un chico alegre, feliz con cualquier detalle pequeño, pero como todos los niños, también tenía facilidad para enfadarse o entristecerse.

-¿Sabes, Arturo? Hay algo muy importante, lo más importante del mundo -empezó ella, sentándose junto a su nieto y colocando la bandeja en la mesa. -Y ese algo, lo he escondido en un sobre. Oculto, porque es muy muy valioso. Sólo las personas sabias pueden descifrarlo.

Arturo se había olvidado de la magdalena que tenía en la mano a medio comer. Su abuela le estaba hablando de un tesoro y él iba a encontrarlo.

-Nadie sabe dónde está, porque era mi misión protegerlo y ya no recuerdo dónde lo he guardado.
-¡Yo lo buscaré! -Exclamó Arturo con entusiasmo, levantándose. -Pero... ¿por dónde empiezo?
-¿Qué tal si hacemos un plano de la casa, con todos los lugares donde pueda estar, y así vas marcando los sitios que ya hayas revisado?
-¡Buena idea! Hoy he dado algo en matemáticas sobre las escalas, voy mirar el libro para hacerlo.

Doña Josefa contempló con media sonrisa la curiosidad y motivación de su nieto. Sus maestros y otros familiares decían que no le gustaba estudiar, pero... ¡disfrutaba tanto aprendiendo! ¡Y era tan inteligente!

-Ya está, abuela, ya está hecho, mira.

Arturo le mostró su plano. Estaba bien ejecutado para su edad, aunque su abuela, con dulzura, le sugirió algunas modificaciones y adiciones. Arturo las introdujo con decisión y emprendió su búsqueda, lápiz y linterna en mano.

En algunas habitaciones, doña Josefa había escondido pistas, las cuales sólo se desvelaban si pasaba las pruebas. Había muchas y de distintos tipos: preguntas sobre historia, sobre conocimiento del medio ambiente, sobre lengua, sobre literatura... y, aquello que no sabía, Arturo lo buscaba entre sus libros del colegio.

Desde que doña Josefa le había contado aquella historia hasta que Arturo regresó con una pequeña cajita de madera, pasaron más de tres horas y media, casi cuatro. Arturo se sentía agotado pero satisfecho. Había resuelto todos los acertijos y encontrado el sobre de su abuela, el que contenía el tesoro, el secreto más importante del mundo.

-Anda, Arturo, ¿no lo has abierto aún? -preguntó su abuela.
-El sobre es tuyo, tenemos que abrirlo juntos. Me has ayudado con el plano.

Doña Josefa rió antes de coger la cajita y abrirla. Entonces, abierta, se la dio a su nieto para que tomara el sobre e hiciera los honores. Arturo, nervioso, lo abrió y...

El sobre estaba vacío.

-Abuela, ¿te lo han quitado? -preguntó, realmente preocupado.
-No, cariño -respondió con ternura. -Ese es el tesoro. Sólo yo puedo descifrarlo y, ahora te voy a decir a ti el secreto. Eso significa que no te puedes olvidar de él, ya que cuando seas mayor y le toque a otra persona cuidarlo, te tocará hacer lo mismo que he hecho yo contigo.

Arturo miraba a su abuela muy intrigado.

-En este sobre hay algo invisible, que nadie ve, pero que está contigo, y son tus acciones. A lo largo de nuestra vida, nos dicen muchas palabras, algunas bonitas y otras no tanto, y a veces nos creemos las palabras menos bonitas y nos desanimamos. ¿Te gusta estudiar, Arturo?
-No se me da bien... -respondió.
-De eso trata este sobre. Trae tu cuaderno de actividades.
Arturo obedeció. Su abuela lo abrió por la página de los deberes correspondientes al tema siguiente y se las mostró.
-¿Te suenan, hijo mío?
-No...
-Léelas, Arturo, y luego me respondes.

El joven, a desgana, hizo el esfuerzo. Entonces, sus ojos se iluminaron.

-¡Son los acertijos!
-Así es, Arturo.
-Sé hacer los deberes, se me dan bien... ¿es eso?
-El secreto, Arturo, es que no importa lo que piensen o digan, o lo que pienses o digas de ti. Lo importante es lo que hagas: con tiempo (paciencia), esfuerzo, pasión y alegría puedes conseguir lo que te propongas.
-Incluso divertirme en un día de tormenta.
-Incluso eso.

Arturo abrazó a su abuela tiernamente. Había dejado de llover.

Autora: María Beltrán Catalán (Lady Luna)
Todos los textos de este blog pertenecen a la misma autora.

Comentarios

María (LadyLuna) ha dicho que…
¡Gracias por leerme!
Sami Sopca ha dicho que…
Me ha encantado. Cuanta ternura y amor emana de la abuela.
Toñi ha dicho que…
un bonito relato, me ha encantado la dulzura que empleas para volver a darnos entre líneas una lección de autoconfianza. Estamos continuamente rodeados de críticas hacia todo lo que hacemos pero eso no puede frenarnos, al contrario, debe motivarnos para demostrarnos que si somos capaces, da igual el resultado. Un beso grande TKM
TORO SALVAJE ha dicho que…
Más entrañable imposible.
Te felicito.
JUAN PAN GARCÍA ha dicho que…
Es precioso tu relato, Lady Luna.Muy tierno y práctico, una excelente manera de enseñar a su nieto por parte de la abuela.Y es profundo porque contiene moraleja. Además, me ha maravillado tu estilo, tu prosa. Se nota que dominas bien la narrativa, los estudios dan su fruto.
Yo soy autodidacta y de personas como tú aprendo. Es un honor y un placer tenerte como amiga.
Te felicito por este hermoso relato. Un beso
Víctor Morales ha dicho que…
Qué bonito, es un cuento con ese sabor antiguo de los cuentos añejos, llenos de sabudiría, moralejas y afecto.

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