-Nos hemos perdido. Y encima me he dejado un zapato por el camino, con mi calcetín. Me duele el pie.
-Sigamos adelante. En algún momento nos encontraremos, ya verás.
-Es inútil. Llevamos horas dando vueltas.
-¿Y qué propones, si no? Mira, allí parece que hay algo.
-Quiero irme a casa...
El sonido de las hojas secas retumbaban en el silencio de aquel laberinto. Armando seguía a Candela como un animal de compañía, sin plantearse por qué o para qué.
-Parece un túnel -exclamó ella en voz baja, con cierta expectación.
Aquella frase hizo reaccionar a Armando. Se trataba de un conducto creado con ramas, cuyo interior y destino eran desconocidos e inciertos.
-Yo ahí no entro, Candela.
-Pues ya nos veremos...
Candela se colocó a cuatro patas y se introdujo en el túnel. Escuchó la voz de Armando, frustrado y resignado, cada vez más cercana.
-Lamentarse solo te hace más infeliz, Armando. Disfruta.
-¿Y si nos come un animal?
-Al menos habrás disfrutado los minutos anteriores.
El resto del camino lo hicieron en silencio y a rastras, pues el espacio se redujo notablemente. Armando estaba al borde de un ataque de ansiedad cuando Candela chocó con algo metálico.
-¡Ay!
-¡¿Qué ha sido eso?!
-Armando, respira, solo me he golpeado con algo. Parece una rendija.
-Ay, Dios bendito...
Al cabo de un rato, Candela estaba cruzando al otro lado seguida por Armando. A ambos les latía el corazón vertiginosamente, hasta que, a rastras, llegaron a un lugar donde unas luces de emergencia les permitió vislumbrar dónde se hallaban.
-Estamos en un museo -dijo Armando.
-¿Quién anda ahí? -No reconocieron esa voz.
Candela y Armando se escondieron detrás de un dolmen, acalorados por el susto. Candela imaginó que sería un guarda de seguridad; en ese caso podrían explicarle lo sucedido y arreglarlo todo. Armando, sin embargo, que la conocía bien y no era tan confiado, cubrió su boca para evitar que articulara palabra. La chica se deshizo de aquel agarre, pero antes de que pudiera decir nada, Armando la abrazó. Aquel gesto fue tan desconcertante que no supo reaccionar, y fuera quien fuera quien estuviese ahí al otro lado, se marchó. Entonces Armando soltó a Candela.
-Bueno... -dijo ella, sin pararse a discutir lo que acababa de ocurrir, -salgamos de aquí.
Juntos buscaron una salida y no tardaron en encontrarla. Solo tuvieron que seguir las señales de "salida de emergencia". Sin embargo, al abrir la puerta empezó a sonar una estruendosa alarma que los sobresaltó. Los jóvenes salieron corriendo, dejando atrás unas voces masculinas que parecían alteradas y enfadadas. Corrieron con todas sus fuerzas, tanto que ni siquiera vieron a dónde se dirigían.
-¡Candela!
Un acantilado.
Armando sujetaba con fuerza a Candela, pero si no encontraba algún punto al que aferrarse, más seguro que aquella piedra y su pie, acabarían cayendo los dos.
-¡Armando!
Candela se sentía aterrada, notaba cómo sus manos se iban resbalando.
-¡No te sueltes, Candela, no me sueltes!
La joven lloraba, sabía que Armando no tenía la suficiente fuerza como para levantarla y que, si seguía resistiendo, podrían caer los dos al vacío. Sin embargo, sentía tanto miedo que no se atrevía a pedirle que la soltara. No quería morir, no todavía.
-¡NO! -gritó él.
Candela vio caer a su amigo sobre ella. El pie se le había salido del botín que le quedaba, perdiendo el agarre que los mantenía en tierra. Ambos gritaron con todas sus fuerzas, estaban perdidos, se había terminado.
Y entonces alguien agarró a Armando, y Armando, que no había soltado a Candela, se vio de nuevo elevado a tierra firme seguida de su amiga. Ambos se abrazaron, llorando.
-¿Qué hacíais aquí? -preguntó, tras unos instantes, el hombre que les había salvado la vida. Era un oficial.
-Nosotros, el museo, alguien... -intentaron explicar, entre sollozos y respiraciones alteradas.
-Estabais en el museo.
Ellos asintieron.
-¿Activasteis la alarma conectada a la puerta de emergencia?
Volvieron a asentir.
-Nos habéis ayudado a detener a unos ladrones que perseguíamos desde hace años.
El oficial ni siquiera les preguntó cómo habían entrado al museo, ni cómo habían llegado a él. Los llevó a una comisaría cercana, les ofreció una infusión, algo de comer y los llevó a casa.
Candela miró a Armando. Armando miró a Candela. Ya solo estaban ellos dos.
-Debí pedirte que me soltaras.
-No lo habría hecho.
-Tenía miedo -confesó.
-Yo también.
-No lo entiendes... Tuve miedo desde el principio. No lo manifiesto y sigo adelante por ti, porque quiero que te sientas seguro conmigo. Me hago la valiente pero luego, a la hora de la verdad, no fui capaz de ponerte a salvo de mí.
Silencio.
-Me has traído de vuelta a casa -dijo él, al cabo de un rato.
-Y tú me has salvado la vida -respondió ella.
-Eso cuenta como doble, así que le explicarás a mamá por qué regreso sin zapatos.
Candela rió. Armando se sumó a su risa. Volvieron a mirarse y, antes de llamar a la puerta, se fundieron en un fuerte y largo abrazo.
Por María Beltrán Catalán (Lady Luna)
-Sigamos adelante. En algún momento nos encontraremos, ya verás.
-Es inútil. Llevamos horas dando vueltas.
-¿Y qué propones, si no? Mira, allí parece que hay algo.
-Quiero irme a casa...
El sonido de las hojas secas retumbaban en el silencio de aquel laberinto. Armando seguía a Candela como un animal de compañía, sin plantearse por qué o para qué.
-Parece un túnel -exclamó ella en voz baja, con cierta expectación.
Aquella frase hizo reaccionar a Armando. Se trataba de un conducto creado con ramas, cuyo interior y destino eran desconocidos e inciertos.
-Yo ahí no entro, Candela.
-Pues ya nos veremos...
Candela se colocó a cuatro patas y se introdujo en el túnel. Escuchó la voz de Armando, frustrado y resignado, cada vez más cercana.
-Lamentarse solo te hace más infeliz, Armando. Disfruta.
-¿Y si nos come un animal?
-Al menos habrás disfrutado los minutos anteriores.
El resto del camino lo hicieron en silencio y a rastras, pues el espacio se redujo notablemente. Armando estaba al borde de un ataque de ansiedad cuando Candela chocó con algo metálico.
-¡Ay!
-¡¿Qué ha sido eso?!
-Armando, respira, solo me he golpeado con algo. Parece una rendija.
-Ay, Dios bendito...
Al cabo de un rato, Candela estaba cruzando al otro lado seguida por Armando. A ambos les latía el corazón vertiginosamente, hasta que, a rastras, llegaron a un lugar donde unas luces de emergencia les permitió vislumbrar dónde se hallaban.
-Estamos en un museo -dijo Armando.
-¿Quién anda ahí? -No reconocieron esa voz.
Candela y Armando se escondieron detrás de un dolmen, acalorados por el susto. Candela imaginó que sería un guarda de seguridad; en ese caso podrían explicarle lo sucedido y arreglarlo todo. Armando, sin embargo, que la conocía bien y no era tan confiado, cubrió su boca para evitar que articulara palabra. La chica se deshizo de aquel agarre, pero antes de que pudiera decir nada, Armando la abrazó. Aquel gesto fue tan desconcertante que no supo reaccionar, y fuera quien fuera quien estuviese ahí al otro lado, se marchó. Entonces Armando soltó a Candela.
-Bueno... -dijo ella, sin pararse a discutir lo que acababa de ocurrir, -salgamos de aquí.
Juntos buscaron una salida y no tardaron en encontrarla. Solo tuvieron que seguir las señales de "salida de emergencia". Sin embargo, al abrir la puerta empezó a sonar una estruendosa alarma que los sobresaltó. Los jóvenes salieron corriendo, dejando atrás unas voces masculinas que parecían alteradas y enfadadas. Corrieron con todas sus fuerzas, tanto que ni siquiera vieron a dónde se dirigían.
-¡Candela!
Un acantilado.
Armando sujetaba con fuerza a Candela, pero si no encontraba algún punto al que aferrarse, más seguro que aquella piedra y su pie, acabarían cayendo los dos.
-¡Armando!
Candela se sentía aterrada, notaba cómo sus manos se iban resbalando.
-¡No te sueltes, Candela, no me sueltes!
La joven lloraba, sabía que Armando no tenía la suficiente fuerza como para levantarla y que, si seguía resistiendo, podrían caer los dos al vacío. Sin embargo, sentía tanto miedo que no se atrevía a pedirle que la soltara. No quería morir, no todavía.
-¡NO! -gritó él.
Candela vio caer a su amigo sobre ella. El pie se le había salido del botín que le quedaba, perdiendo el agarre que los mantenía en tierra. Ambos gritaron con todas sus fuerzas, estaban perdidos, se había terminado.
Y entonces alguien agarró a Armando, y Armando, que no había soltado a Candela, se vio de nuevo elevado a tierra firme seguida de su amiga. Ambos se abrazaron, llorando.
-¿Qué hacíais aquí? -preguntó, tras unos instantes, el hombre que les había salvado la vida. Era un oficial.
-Nosotros, el museo, alguien... -intentaron explicar, entre sollozos y respiraciones alteradas.
-Estabais en el museo.
Ellos asintieron.
-¿Activasteis la alarma conectada a la puerta de emergencia?
Volvieron a asentir.
-Nos habéis ayudado a detener a unos ladrones que perseguíamos desde hace años.
El oficial ni siquiera les preguntó cómo habían entrado al museo, ni cómo habían llegado a él. Los llevó a una comisaría cercana, les ofreció una infusión, algo de comer y los llevó a casa.
Candela miró a Armando. Armando miró a Candela. Ya solo estaban ellos dos.
-Debí pedirte que me soltaras.
-No lo habría hecho.
-Tenía miedo -confesó.
-Yo también.
-No lo entiendes... Tuve miedo desde el principio. No lo manifiesto y sigo adelante por ti, porque quiero que te sientas seguro conmigo. Me hago la valiente pero luego, a la hora de la verdad, no fui capaz de ponerte a salvo de mí.
Silencio.
-Me has traído de vuelta a casa -dijo él, al cabo de un rato.
-Y tú me has salvado la vida -respondió ella.
-Eso cuenta como doble, así que le explicarás a mamá por qué regreso sin zapatos.
Candela rió. Armando se sumó a su risa. Volvieron a mirarse y, antes de llamar a la puerta, se fundieron en un fuerte y largo abrazo.
Por María Beltrán Catalán (Lady Luna)
Comentarios
-Sigamos adelante. En algún momento nos encontraremos, ya verás.
-Es inútil. Llevamos horas dando vueltas.
-¿Y qué propones, si no? Mira, allí parece que hay algo.
-Quiero irme a casa..."
¡Espero que os guste mi nuevo relato!
¡Gracias por leer y comentar!
Tienes el don de introducir al lector en cada una de tus historias, formando parte del relato, compartiendo los sentimientos o aprendiendo de ellos.
Se que algún día no será un relato lo que tenga en mis manos escrito por tí, se que algún día leeré una novela, tu novela, tienes toda una vida para poder aportar al mundo todo lo que llevas es tu corazón.
Recuerda pasito a pasito se llega al final del camino.
TKM
Sopca: Me gustan mucho las reflexiones que te sugieren mis escritos. Muchas gracias por leerme y comentarme siempre, también fielmente. Eres un cielo. Te mando muchos besitos.