El viento ondeaba su cabello negro, el cual enmarcaba un rostro afable y usualmente sonriente. Podría haber sido hasta entonces, para él, un día tranquilo o ajetreado, suave o intenso; en cualquier caso, una jornada normal. Pedaleaba acompañado de dos amigos, cruzando la ciudad que le acogió cuando emigró buscando un trabajo digno acorde a su preparación académica. Sin embargo, había algo diferente en aquella calle. No pudo evitarlo, se detuvo y contempló la escena. Había terror, la armonía estaba en ruinas, como todo lo que toca quien vive, o más bien muere y mata, con el odio. La anciana todavía recordaba que una mujer gritaba. Yo, aspirante a periodista, tomaba nota veinte años después del suceso. Mencionó entonces la velocidad con la que aquel joven bajó de su bicicleta y se introdujo en aquellas tinieblas. No era presuntuoso. Allí no había público para aplaudir, solo un hombre armado atacando a una mujer, y él, con un monopatín, decidido a detenerlo. A sus amigos no les ...
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