Ir al contenido principal

Yo no puedo, ¡yo sí puedo!


           Érase una vez una clase que se impartía al aire libre, en un circuito cerrado donde había parque, selva, acantilados y un entorno parecido a la Antártida, con hielo y agua alrededor. Había en ella cinco estudiantes: un guepardo, una jirafa, una cigüeña y dos pingüinos. Sus nombres eran Gerardo, Jimena, Cinta, Pin y Quino respectivamente. Tenían una profesora llamada Niebla, que era una nube sonriente y muy entusiasta, y durante el curso le propuso a sus alumnos y alumnas una serie de pruebas que consistirían: la primera, en recorrer un sendero del parque; la segunda, coger una flor situada en la rama de un alto árbol de la selva; la tercera, cruzar un acantilado situado muy cerca de otro; y la cuarta, pescar en las aguas  situadas alrededor y bajo el hielo que simulaba la Antártida.

            La primera prueba le resultó muy sencilla a Gerardo, el guepardo, quien corrió llegando así en primer lugar a la meta acordada por la profesora. La jirafa imitó a su compañero, aunque alcanzó el final en segundo lugar. En tercera posición quedó la cigüeña que utilizó sus alas para volar sobre el camino. Pero... ¿qué pasó con los dos pingüinos? Pin no corrió porque, según decía, él no valía para ese tipo de ejercicios y tampoco le hacía falta llevarlo a cabo para ganarse la vida. Quino, por su parte, aunque tenía las patas cortas y el sendero no era muy fácil, participó llegando en cuarto lugar a la meta.

            La segunda prueba fue culminada en primer lugar por Jimena, la jirafa, quien utilizó su largo cuello para coger la flor del árbol. Cinta, la cigüeña, voló hasta alcanzar la flor empatando con Gerardo, el guepardo, que trepó hasta llegar a la rama donde estaba la flor. Pero... ¿qué pasó con los dos pingüinos? Pin dijo que con sus alas no podía volar como la cigüeña ni trepar como el guepardo, así que no hizo nada. Quino, sin embargo, le pidió ayuda a la jirafa, que le ayudó a alcanzar la flor.

            La tercera prueba la superó en primer lugar Cinta, la cigüeña, pues desplegó sus alas y voló al otro lado sin ninguna dificultad. Gerardo tuvo un poco de miedo, pero finalmente saltó y llegó también al otro acantilado. Jimena, viendo que no podía volar ni saltar como sus compañeros, golpeó con fuerza un árbol de fuerte y largo tronco que cayó convirtiéndose en un puente que unía los dos lados. Jimena cruzó y llegó en tercer lugar. Pin, por su parte, miró hacia abajo y dijo que él no haría semejante barbaridad de arriesgar su vida en un tronco. Quino, que le escuchó, le propuso buscar un camino alternativo aunque fuese más largo, pero Pin se negó y Quino optó por cruzar a través del tronco que había utilizado su compañera, llegando así en cuarto lugar.

            La cuarta prueba fue donde Quino pudo lucirse, siendo un gran nadador y pescador, fue el primero en llevarle un pez a la profesora. Jimena y Gerardo se miraron y pensaron juntos en alguna solución, concluyendo que podían trabajar en equipo. Así, Gerardo hizo un agujero circular en el hielo con sus afiladas uñas en el que Jimena pudo introducir velozmente su cabeza para conseguir un pez. Sin embargo, la pareja fue la tercera, porque la cigüeña alcanzó el segundo lugar al sobrevolar a ras del agua y pescar con su pico un buen ejemplar para la profesora. Pin, sin embargo, no hizo nada. Su cuerpo era idóneo para aquella actividad, pero se había acostumbrado a creer que no podía, a decir que no quería, a concebirse incapaz y, por consiguiente, a no intentarlo siquiera.


            Nosotras, las personas, somos como esos animales. Con menor o mayor dificultad llegamos a las metas que entendemos como alcanzables por nuestra capacidad y voluntad; sin embargo, también corremos el peligro de que el miedo a equivocarnos, a fracasar, a decepcionarnos, a no cumplir con nuestras propias exigencias y expectativas, consiga convencernos de que no podemos, convirtiéndonos entonces en incapaces escondidos bajo un “yo no quiero”. 

María Beltrán Catalán (Lady Luna)

Comentarios

María (LadyLuna) ha dicho que…
¡Hola!
Aquí regreso con uno de mis cuentos. Lo escribí para uno de mis niños con el que estoy trabajando la autoestima y pensé en compartirlo con vosotros.
Espero que estéis todos bien.
¡Un abrazo!
Isabel Motos ha dicho que…
Está bien recordarlo de vez en cuando, que los mayores límites nos los ponemos nosotros mismos.
Un abrazo! :)
Anónimo ha dicho que…
me encanta todos tus cuentos
Unknown ha dicho que…
me encanta todos tus cuentos
chacita ha dicho que…
dii ese yo no quiero ! no nos deja vivir ya que nunca somos capaces de asumir retos ni de buscar alternativa, lindo mensaje me gusto muchisimo , relexione porque aveces me situo en esta pocision.

saludos, te espero por mi blog
JUAN PAN GARCÍA ha dicho que…
La verdad es que sí, a veces tenemos miedos que nos impiden realizarnos. Es más fácil y cómodo continuar con la rutina conocida. Nos gusta repetir el dicho "Más vale bueno conocido que malo por conocer".
Ahora me arrepiento de no haber tomado decisiones importantes hace cuatro o cinco años.La vida me iría mucho mejor.
Un cuento muy interesante y ameno, gracias por compartirlo. Un beso
Mr. Potato With Mostaza ha dicho que…
Gran moraleja para una gran parte de la población. Ojalá todo el mundo pudiera seguir el ejemplo de Quino.
Un besote guapa :)
Mr. Potato With Mostaza ha dicho que…
Gran moraleja para una gran parte de la población. Ojalá todo el mundo pudiera seguir el ejemplo de Quino.
Un besote guapa :)
Mr. Potato With Mostaza ha dicho que…
Gran moraleja para una gran parte de la población. Ojalá todo el mundo pudiera seguir el ejemplo de Quino.
Un besote guapa :)
Toñi ha dicho que…
Por desgracia en muchas de las situaciones que se presentan en la vida terminamos pensando que lo mejor es pasar porque no podemos alcanzarlas y que gran error, la de cosas que dejamos ir por miedos o inseguridades. Una gran leccion Maria
icarina_juan ha dicho que…
Un día, hace unos meses, descubrí el sabor del miedo. Venía disfrazado de olvidos y aunque es posible que me termine ganado la partida, él sabe que al otro lado estoy yo sujetando también las cartas. Y es que, tal vez como tú bien dices, no hay mayor miedo que el decir yo no puedo.

Felicidades, mi niña. Sigue escribiendo. Besos!! :-)

Entradas populares de este blog

Demetrio, un sapito agradable

¡Hola! Hoy os voy a contar una historia bastante curiosa sobre un sapito llamado Demetrio. Demetrio era muy grande, verde y con manchitas más oscuras en su piel. Tenía unos enormes ojos, aunque siempre estaban cansados y los párpados quedaban a mitad de sus pupilas casi. Su boca era grande, muy grande, y sus patas, cuando se estiraba, larguísimas. Había salido a pasear por el parque cuando un niño pequeño le vio. Entonces, corrió hacia él, alejándose de su padre, para darle un beso fugaz y volver a los brazos de quien había abandonado por un instante. Sus mejillas se hicieron redonditas. Os estaréis preguntando ¿No se puso colorado? Pues no; le crecieron las mejillas. Sí. Cosas de sapos. Resulta que esa mañana yo también había salido a dar una vuelta por el mismo sitio que él, y me lo encontré echado en un banco, suspirando. Se me ocurrió pensar que igual se sentía triste, así que le saludé. -Hola señor sapo. -Hola señora humana. -Puede llamarme Toñi. -Demetrio. -¿Por

La fuente y sus historias

-No puedo describir con palabras las sensaciones que vivo cuando vengo aquí. Los tiempos, la gente, las calles... todo ha cambiado -dijo el anciano, saboreando un aire de nostalgia al respirar profundamente. -¿Por qué sonríes, pues? La Font de Dins, Onda (Castellón) -Esa fuente, la Font de Dins. Las risas, las bromas, todo sigue ahí, con ella. ¿No es fantástico saber que hace ochenta años alguien veía lo mismo que tú ves ahora? Puedes imaginar la historia que quieras; es posible que encierre alguna realidad. -Al hablar, parecía estar en otro mundo, en otra época, en otros ojos, ¡quién sabe dónde! -Por ejemplo... ese trío de ancianos de aquella mesa, que beben y charlan. Dos de ellos son primos y solían jugar a cubrir con sus manos los orificios de la fuente cuando alguien se disponía a beber, de manera que, cuando el sediento ya tenía un pie en la fuente, otro fuera y agachaba la cabeza, el agua salía con tanta fuerza de repente que perdía el equilibrio y caía al agua.

Mi Navidad

Apenas faltaban unas horas para la Noche Buena. Mis vecinos habían insistido en invitarme a las cenas con sus respectivas familias, para celebrarlo, pero yo hacía tiempo que no tenía nada por lo que brindar. Mi familia se había ido reduciendo cada año, pasando de ser veinte personas alrededor de la mesa, a verme completamente sola. Supongo que es normal; una anciana como yo, sin hijos ni nietos. La gente parece feliz, incluso quienes no lo son, lo fingen. Las calles se visten de luces de colores para recordarme que el mundo está de fiesta, que yo no estoy invitada a ella. Es triste. Aquella noche ni siquiera preparé la cena. Echaba de menos la sencillez de la que preparaba mi hermana; en paz descanse su alma. Me acosté, intentando mantener la mente alejada de los villancicos navideños. Al día siguiente me levanté, como siempre. Mientras desayunaba, pensé en el consumismo masivo de estos días festivos. La gente no se planteaba si creía o no en la historia de Jesús, en los Reyes Magos,