Elisabeth sostenía con sus carnosos labios una horquilla mientras se contemplaba el cabello en el espejo. Aquella vez lo llevaba recogido en un moño no muy a la moda de la época, con dos mechones rojizos adornando su rostro firme y blanquecino. Sus ojos verdes tenían un brillo que gustaba entre los hombres pero no entre las mujeres. A lo largo de su vida, había formado parte de distintos grupos sociales en el baile; sin embargo, su negativa a disfrazarse no agradaba demasiado a quien lideraba esos grupos. Algunos fueron realmente maravillosos; otros, sencillamente, trataron de destruirla. Esbozó una sonrisa cuando su cabello quedó a su gusto y salió de su habitación, dispuesta a llevar a cabo su último movimiento en aquella partida.
La joven caminó por el pasillo y bajó por la escalinata de mármol con paso tranquilo y seguro, buscando con la mirada al último grupo al que había pertenecido. Sus disfraces de corte realista le habían llevado a la confusión, pero los ataques de los líderes, al principio imperceptibles y, tras un par de años, directos, le mostraron la realidad. Excluida y perdonada por haber dado una opinión diferente a los jefes, había regresado, aunque no del modo que ellos esperaban.
Una leve inclinación de cabeza como señal de saludo inició de nuevo la partida. Los líderes no se lo esperaban, ¡estaba en jaque! Lo común es que dejara de jugar y se limitara a obedecerles. Elisabeth les dedicó una dulce sonrisa antes de hacer un movimiento en el tablero de ajedrez, dando jaque mate al rey contrario. Los jefes se enfadaron, incluso aquel cuyo disfraz había sido más realista, dejó ver el antifaz bajo el cual guardaba su verdad. La joven sonrió nuevamente, se levantó y se marchó del grupo, mas no del baile.
Elisabeth, quien había acostumbrado a moverse sola por el baile al considerarse bastante independiente, no tardó en encontrar y reunir a personas que, como ella, habían renunciado a llevar disfraz en la fiesta, el baile, la vida. Más de una vez había creído ser la única; descubrir lo contrario supuso para ella un empuje de energía. Bailó toda la noche, vivió toda la vida.
Los líderes de aquellos grupos que habían tratado de destruirla, a veces, iniciaban campañas contra ella. Elísabeth no competía, para ella la partida había terminado y no tenía intención de retomarla. La vida, al fin y al cabo, es eso, un baile de máscaras en el que algunas personas van con el rostro al descubierto, exponiéndose a la ira de quienes no soportan la autenticidad y la libertad de las personas. Elísabeth aceptó la copa que le ofrecía Iván, uno de sus amigos, y brindó con ellos, recordando aquel proverbio que decía que el martillo siempre golpea al clavo que sobresale.
La sociedad, no importa la edad ni la época, no está preparada para la diferencia; quizá porque la falsa y forzada igualdad facilita el estudio y control del mundo, de cualquier contexto social; o, tal vez, porque aún no se ha dado cuenta de que esa diferencia es innata, natural, incontrolable, impredecible e indestructible, porque nunca dejó de ser real.
Autora: María Beltrán Catalán
Comentarios
Siento mucho haberos tenido tan abandonados, pero estos últimos meses han sido muy intensos. Terminé el máster, fundé una asociación y he disfrutado de unas vacaciones que me han tenido alejada del ordenador. ¡Me iré poniendo al día poco a poco con vuestros rincones!
Gracias a todos los que me seguís leyendo, especialmente a quienes comentáis, ¡sois la vida de este blog!
Un abrazo para todos^^
Un beso muy grande.TKM
Un abrazo muy fuerte, compañera de letras.
Juan Pan, mi fiel amigo. Te tengo algo abandonadito, pero de verdad que tengo muy poco tiempo últimamente. Volveré a tus letras. Muchas gracias por seguir a mi lado, en cada entrada, después de tantos años. Un abrazo fuerte y grande.
Midala, es un gusto tenerte por aquí. Es cierto que vi algunas respuestas impactantes. Dirijo la Asociación PostBullying, si desde ella se puede hacer algo por alguna de esas personas, cuenta con la asociación (y conmigo, claro). Un besito grande.
Patrick, todo un honor recibir tus palabras, las que agradezco de corazón, al igual que el hecho de que me sigas leyendo de vez en cuando. Aún recuerdo ese primer comentario tuyo, hace años, en La Dama del Otoño. Otro abrazo muy fuerte para ti.
Mejor se distinto que un borrego en el rebaño.