-¿A qué te refieres?
-Lo siento, yo...
Había podido sentir la daga imaginaria que cruzaba su pecho, el mar de agua helada cayendo sobre ella, roca pulida hasta convertirse en un insignificante grano de arena. El corazón encogido, el alma alerta y los ojos abiertos, así contemplaba Elena a quien había sido su mejor amigo durante tantas emociones y tantos secretos. Las palabras comenzaban a fluir en su cabeza en medio de la tempestad en la que se encontraba en aquellos momentos: no podía ser verdad, tal vez solo se trataba de un mal sueño, de una pesadilla de esas que reúnen los peores temores para hacer sufrir a quien ose dormirse. Pero ella estaba despierta.
-Estás de broma -alcanzó a decir con un hilo de voz.
Carlos alzó la vista al techo de la habitación, decorada con estrellas blancas y una luna creciente. Apretó los labios y logró contener las lágrimas antes de bajar la mirada y dirigirla hacia su compañera. La realidad y la ficción no se distinguen cuando se trata de sentimientos.
-Es mejor así...
-¿Mejor para quién? -increpó ella.
-Mejor para ti, Elena.
Carlos alzó su brazo para deslizar sus dedos por su cabeza. Elena le miraba y le veía, le escuchaba, le sentía, ¿cómo era posible que él...? No. Y si así fuera no tenía intención de aceptarlo. Él era su mejor amigo, su compañero, su secreto favorito, su vía de escape. No podía irse.
-A quién quiero engañar... -Carlos abrazó a Elena con lágrimas en los ojos. -Te quiero, Elena, por eso existo y por eso me voy. Necesitas demostrarte que puedes caminar sola. Ya no... ya no te hago falta.
-¡Claro que no te necesito, Carlos! -Gritó ella, deshaciendo el abrazo y sosteniendo su cabeza, obligándole a mirarla a los ojos. -Pero te quiero a mi lado. Siempre ha sido así, no tiene por qué cambiar.
-Elena, yo no soy real...
Elena rompió en llano, derrumbándose por fin, cayendo de rodillas al frío suelo que les sostenía de caer aún más profundo.
-No me importa, Carlos, no me importa nada...
Carlos se arrodilló junto al amor de su vida, de su existencia. Acarició los cabellos de quien le había creado con amor, imaginación y dulzura con manos de niña. Había sido testigo del paso de las primaveras, sabía que aquel momento llegaría desde el principio mas su negativa a aceptarlo le llevó a pensar, igual que ella deseaba, que sería para siempre.
-Iré desapareciendo. Eso significará que serás feliz... en tu vida de verdad.
Elena seguía llorando, pero se esforzó en levantarse para dirigirse a la cama y acostarse en posición fetal, abrazada al peluche que tantas noches había calmado sus temores.
-Carlos...
-Dime, mi reina...
-Si aún te quieres quedar...
Carlos apretó los puños. Claro que deseaba quedarse, en ese mundo en el que todo era perfecto porque solo se hallaba ella, en sus brazos y en la sonrisa que siempre conseguía que brotara al cesar las lágrimas. Si amaba la vida debía amarla a ella.
Elena continuó.
-Si aún te quieres quedar... puedo inventarme todas las razones que necesites.
Carlos abrazó a Elena con una sonrisa mojada ante la broma, pues no había sido otra persona sino ella quien le había inventado también a él. Elena se dejó hacer, comprendiendo que quien le había salvado la vida durante tantos años había culminado su misión.
-Nunca me iré del todo, lo sabes ¿verdad?
-Pero nunca será lo mismo.
Ana, hermana de Elena, contemplaba desde la puerta del dormitorio a quien tantas veces había oído hablar sola, convenciéndose a sí misma sobre la idea de seguir hacia adelante, pese al dolor, pese a las adversidades, escuchando una voz siempre ajena para Ana, para todos los demás. Tras unos instantes de silencio, se acercó a su hermana y acarició su brazo con ternura. Desvió la mirada a la mesita de noche, donde reposaban las conversaciones que sólo Elena entendía, y suspiró.
-Gracias, Carlos, por cuidar de mi hermana.
Elena se giró y abrazó a Ana, sintiéndose comprendida por primera vez.
Autora: María Beltrán Catalán (LadyLuna)
Comentarios
Siento teneros abandonaditos, intentaré cada mes y pico como muy tarde darme un paseo por vuestros preciados rincones y actualizar el mío.
Gracias a quienes seguís leyéndome pese a todo, y especialmente a quienes comentáis.
¡Nos leemos!
Te felicito.