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Key #7, pintura deTodd Bonita |
-Padre, ¿qué ocurre?
-Ese niño al que tú llamas hijo y yo llamo nieto me ha quitado... -dio un nuevo golpe -mi llave. Otra vez.
-Respira, padre, como hemos practicado otras veces -dijo ella, acercándose con la ligereza de una gacela a su padre para tomar sus manos y mirarle a los ojos.
-Es mi llave.
-Lo sé, es tu llave... ¿y qué abre?
-Mi mueble.
-¿Y qué hay en tu mueble?
-Todo.
-No, padre, responde a mi pregunta.
El anciano se zafó de su agarre con brusquedad y se puso de perfil. Tenía la respiración acelerada, como el pulso, las manos doloridas y la necesidad de abrir aquel mueble.
-Padre, mírame a los ojos -insistió con dulzura.
Pero el anciano no dijo nada. Caminó hacia una silla y tomó asiento, no sin dificultad.
-Quiero mis licores, niña, y mi tabaco. Quiero mis películas. Mis cosas. Mis vicios. ¿Es tan difícil de entender? Es lo único que me queda.
-¿Eso crees?
-¿Qué tengo, si no? -respondió él, de manera más agresiva.
-Le tienes a él, padre -dijo, señalando a su hijo. -Él aún piensa que puedes recuperarte y ser un buen abuelo.
-Moira, sabes que lo he intentado y no puedo, ¡no puedo! Porque en el fondo no quiero.
-¿Eso crees? Padre, lo que te ocurre es que te da miedo enfrentarte a quién serías sin la máscara y la evasión de todos esos vicios. Pero no deberías temerle. Yo conocí a ese hombre, una vez, cuando era niña. Me enseñó a montar en bici, ¿sabes? Bailaba conmigo, jugaba conmigo... y siempre estaba riendo. Tenía ganas, ideas. Era fuerte. Le recuerdo feliz. A ti, sin embargo, te veo triste. Eso es algo que se ve a través de cualquier disfraz que te pongas... -Moira alzó las manos separando y extendiendo los dedos y abrió los ojos -Así que lo siento -las bajó y relajó su expresión -pero estoy del lado de mi hijo.
El anciano miró al niño que dormía en la cama, la cual había sido, en tiempos pasados, de su hija. Éste se movió y despertó poco a poco. Lo que al principio parecía ser una lucha entre el sol y las ganas de seguir durmiendo, terminó siendo un despertar diferente. Raúl siempre se levantaba siguiendo una estricta rutina que le acompañaba hasta la hora de volver a dormir, pero aquella vez fue diferente. El joven no se dirigió al cuarto de baño, como de costumbre, sino hacia su abuelo. Agarró la llave que llevaba colgada al cuello y le miró a los ojos con fijeza.
-¿De verdad es esto lo que quieres, abuelo? -Moira tradujo el silencio y la expresión de su hijo.
El anciano dijo que sí antes de pensar, de asimilar la pregunta que le estaba haciendo su nieto.
Moira nunca supo si se trató del efecto de algunas de sus pastillas sin la mediación del alcohol o porque, por un momento, había recuperado a su padre. Tampoco sabría si aquel abrazo que le dio a su nieto le nació sincero o del orgullo que le impedía llorar delante de un niño. Sin embargo, ocurrió.
Antes de que Raúl se quitara el colgante, Kim le abrazó, gesto que el pequeño no rechazó, y Moira pudo ver una lágrima recorriendo los surcos de las mejillas de su padre.
Autora: María Beltrán Catalán (Lady Luna)
Comentarios
¡Besitos María!
Muy conmovedor.
Saludos.
Historias para pensar, para reflexionar, en cuantas ocasiones pequeños gestos han podido significar tanto.
Cuantas veces actuamos con tanto egoísmo ... sin darnos cuenta de todo lo que nos estamos perdiendo.
Soy tu fiel lectora, sigue así. TKM.
El amor es un balsamo