Eran las 7 y 30 de la mañana de un domingo cualquiera. Había bajado a desayunar a la plaza del pueblo, que recién levantaba las persianas. Se fijó de soslayo en una pareja que exigió llevarse 20 bocadillos.
Centró su atención y observó que se los comieron a la vuelta de la esquina prácticamente sin masticar. Veloces y con ansia.
Enseguida terminaron y se marcharon por una de las callejuelas que subían al castillo. Debía seguir a esa pareja; la curiosidad y el tiempo libre combinaban de forma interesante durante la jubilación. Lo que no esperaba, de ninguna manera, fue ver lo que vio aquella mañana.
La pareja abrió un local que claramente le pertenecía. Y el escaparate era claro: una tienda de comestibles especializada en bocadillos.
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La primera escena sería esa pareja comiendo bocadillos a tope.
La segunda sería la pareja yéndose y quien narra, siguiendo con curiosidad a la pareja.
Y el giro es que la pareja, que se había hartado a bocadillos, tiene una tienda de bocadillos.
Una absurdez que se me ocurrió un domingo por la tarde, básicamente, jajaja.