El 22 de enero de 1922 hubo un terremoto en un pequeño pueblo artesano y ceramista llamado Klastikea. Estaban especializados en tazas y, con ellas, tenían decoradas estanterías que colocaban tanto en el interior de las casas como en las calles. Todo estaba lleno de vida y color.
Aquel terremoto no fue grave: ninguna vida se perdió. En cambio, cayeron prácticamente todas las tazas. El resultado fue llanto, rotura e incertidumbre. ¿Qué hacer con tanto esfuerzo, sueños y anhelos hechos pedazos?
El pueblo entonces, sabiamente, decidió decorar las casas con los trozos de las tazas. Embelleciendo las fachadas y contando, sin palabras, la historia ocurrida en aquel lugar a todo aquel que les visitase.
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