Ir al contenido principal

Sigue respirando

Sigue respirando.

Con tu mansedumbre de espíritu, con tu fuerza física inquebrantable.

Haya o no aurora esta noche.

Con tu cabeza de arco y tu barbilla de nieve.

Sigue respirando.

Con la suavidad del hielo que te guarda del peligro.

Sí, ese que oyes, que hueles, desde la lejanía.

Ese que te asusta cuanto más se acerca.

Aguarda, bucea, continúa decidida.

Te queda vida todavía.

Permanece a salvo bajo el gélido manto ártico.

Hasta que ya no huela, ya no se oiga, ese miedo.

Y entonces emerge sin dudarlo.

Hazlo entre las gélidas grietas de tu eterno invierno.

Esas que si no existen, creas para ti y para quien te siga de cerca. 

Y respira con doble pasión.

Ha pasado todo, ya puedes descansar.

Alimenta tu cuerpo, juega y cuida.

Eso también es la vida, también es vivir.

Sigue respirando.

Esta publicación, texto y dibujo, es mi pequeño homenaje a la ballena boreal (balaena mysticetus), también llamada ballena cabeza de arco, capaz de vivir doscientos años y residente solo en aguas árticas y subárticas. Con su cabeza puede abrir respiradores quebrando capas de hielo de hasta un metro de grosor, creando así agujeros donde comer, criar, descansar y jugar. Estos respiradores son utilizados en ocasiones también por las belugas (delphinapterus leucas).

María Beltrán Catalán (María LadyLuna)

Comentarios

Toñi ha dicho que…
Interesante información y brillante como lo narras, no conocía esta especie de ballenas y me parece muy entrañable.
Entre todos tenemos que buscar la forma de proteger este y otros animales que por desgracia el ser humano, queriendo o sin querer, lleva a la extinción.
TKM

Entradas populares de este blog

Mi Navidad

Apenas faltaban unas horas para la Noche Buena. Mis vecinos habían insistido en invitarme a las cenas con sus respectivas familias, para celebrarlo, pero yo hacía tiempo que no tenía nada por lo que brindar. Mi familia se había ido reduciendo cada año, pasando de ser veinte personas alrededor de la mesa, a verme completamente sola. Supongo que es normal; una anciana como yo, sin hijos ni nietos. La gente parece feliz, incluso quienes no lo son, lo fingen. Las calles se visten de luces de colores para recordarme que el mundo está de fiesta, que yo no estoy invitada a ella. Es triste. Aquella noche ni siquiera preparé la cena. Echaba de menos la sencillez de la que preparaba mi hermana; en paz descanse su alma. Me acosté, intentando mantener la mente alejada de los villancicos navideños. Al día siguiente me levanté, como siempre. Mientras desayunaba, pensé en el consumismo masivo de estos días festivos. La gente no se planteaba si creía o no en la historia de Jesús, en los Reyes Magos,...

La magia de prestar atención

El sol de media tarde acariciaba los cultivos que reposaban alrededor de la casa. Dos amigos, Víctor y Luis, picoteaban algunos frutos secos y, tras una larga conversación sobre asuntos laborales o desencuentros con otras personas, comentaban entre sí, ya más relajadamente: — ¿Viste los pájaros negros viniendo hacia aquí? En el agua estancada que ha dejado la lluvia de estas semanas, junto al camino. — No, no me he fijado  — respondió Luis apagando su quinto cigarrillo. —  Por cierto, ¿dónde está Rosaura? Siempre llega tarde. Rosaura iba en coche con Marisa, charlando sobre lo agradable de que, tras tres semanas de intensas borrascas, hubiera salido el sol. El estado de ánimo también era diferente cuando de días oscuros aparecían aquellos más luminosos. — ¡Para, para, para! ¡Mira! Marisa se asustó, frenó de manera algo brusca, y miró con desaprobación a su amiga. Ella, en cambio, no se percató de ello: miraba con la ilusión de un niño de cinco años a través de la ventana del v...

Demetrio, un sapito agradable

¡Hola! Hoy os voy a contar una historia bastante curiosa sobre un sapito llamado Demetrio. Demetrio era muy grande, verde y con manchitas más oscuras en su piel. Tenía unos enormes ojos, aunque siempre estaban cansados y los párpados quedaban a mitad de sus pupilas casi. Su boca era grande, muy grande, y sus patas, cuando se estiraba, larguísimas. Había salido a pasear por el parque cuando un niño pequeño le vio. Entonces, corrió hacia él, alejándose de su padre, para darle un beso fugaz y volver a los brazos de quien había abandonado por un instante. Sus mejillas se hicieron redonditas. Os estaréis preguntando ¿No se puso colorado? Pues no; le crecieron las mejillas. Sí. Cosas de sapos. Resulta que esa mañana yo también había salido a dar una vuelta por el mismo sitio que él, y me lo encontré echado en un banco, suspirando. Se me ocurrió pensar que igual se sentía triste, así que le saludé. -Hola señor sapo. -Hola señora humana. -Puede llamarme Toñi. -Demetrio. -¿Por...