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Besets y yo |
David y yo recién habíamos regresado a nuestro país, con perspectiva de quedarnos más tiempo en él. Yo echaba de menos tener una mascota, un compañero peludo en casa que necesitara un hogar y se sintiera cómodo en el nuestro. Convencí a mi pareja de ello y juntos exploramos qué animal era el que mejor se ajustaba a nuestro estilo de vida, y pensamos que un gato sería buena idea.
Intentamos primero adoptar a un gato de la protectora de uno de mis mejores amigos, pero quien lo lleva se mostró muy desorganizado y sobrepasado de tareas y, aunque decía "luego lo miro", pasaban los días y semana incluso sin noticias. Vimos entonces una protectora más cercana y contactamos, al día siguiente ya nos presentó a dos gatos que pensaba que se ajustaban a nosotros. Una gatita pequeña, activa y juguetona, y un gato de alrededor de un año que estaba paralizado del miedo, sentado, con la mirada ausente, llamado Tristón.
Decidimos adoptar a este segundo gato, pues también nos dijeron que a partir del año difícilmente adoptaban a los gatos. También consideramos que una gatita cría era demasiado para alguien sin experiencia en gatos como nosotros. En la protectora nos propusieron formalizar la adopción más tarde, para comprobar que encajábamos bien y porque lo mejor para Tristón era que todas las partes estuvieran contentas. Y fuimos con el nuevo miembro de la familia a casa. Al llegar a casa, el pequeño llamado Tristón se escondió debajo del mueble del lavabo. Tenía mucho miedo.
Con besitos, cariño y paciencia, se atrevió a salir, olernos, beber y comer. En ese momento decidimos cambiarle el nombre a Besets (besitos, en valenciano). Besets ha sido el primero de nuestros dos miembros gatunos de la familia. Juega, corre, pide y da mimos...
Nada queda ya de ese nombre por el que solían llamarle; ahora todo lo colman los besitos.
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