Con el libro abierto en mi regazo, cierro los ojos e inspiro profundamente, espirando de forma suave y armoniosa. Puedo notar que la libertad suena a salado con un toque dulce, y tiene el sabor de las piedras que descansan en el estuario. Aprecio que es comunitaria, organizada y apacible. Se siente cómoda.
Vuelvo a inspirar y a espirar, pero en esta ocasión lo hago desde la naturalidad, respetando mi respiración. Sigo con los ojos cerrados. "Guau", pienso... La curiosidad huele a océano y desembocadura, a juego, confianza y recreo. No se necesita profundizar mucho para observar que es plena e inmensa, blanca en un mundo a veces azul, a veces verde.
Sigo respirando. Comprendo que la vida se aprende natural y nace bailando, con tiempo, mimo y paciencia. Sonrío en el alimento lácteo y en el color gris juventud que pronto clareará como la nieve. Aquí, ahora, las belugas respiran entre el hielo y junto a las costas, en grupo, en manada, para procurarse abrigo del peligro.
Estoy en medio de su guardería y casi quedo sin aliento ante semejante espectáculo de cantos y melones en movimiento. Qué bello verlo y oírlo así. Vuelvo a respirar. Las belugas son libres, curiosas y sociables, y yo respeto, desde aquí, su existencia ártica tal cual es.
Tal vez, pienso, pueda contarles un cuento y viajar con alguna de ellas, no muy lejos de su grupo, solo en un pequeño paseo. Algo de conocimiento y mucha imaginación permiten experiencias increíbles.
Respiro, sonrío y abro los ojos. El libro sigue abierto en mi regazo, aunque ahora habla de la amenaza que suponemos para la beluga.
Es cierto, me temo. Ya no podemos evitar las enfermedades derivadas de la toxicidad que vertemos al mar. Tampoco las muertes que causamos como especie con nuestros barcos y ruidos, que despistan a las crías, las apartan del grupo y las convierten en presas más fáciles de cazar. Tal vez me duela más que ya no podamos evitar que las belugas raptadas para nuestro entretenimiento en acuarios sufran en cautiverio la ausencia de su grupo de iguales.
Respiro, y ya no sonrío, pero alzo la mirada. Aún podemos tomar conciencia y decisiones conscientes.
Ojalá no acudamos, no apoyemos, no sostengamos, a las entidades que capturan a criaturas majestuosas como las belugas de su hábitat natural ni a las que las exponen para divertimento humano. No hay justificación posible para ello: es inútil para la conservación y acorta la esperanza de vida de crías y adultas. Es sufrimiento, y ningún alma sensible puede mantenerse ajena a ello o participar en él.
Suspiro y bajo la mirada.
El amor, la dignidad, la conservación de cetáceos suena, sabe, huele y se palpa suave, respetuoso y blandito, a la vez que libre y apasionante. Apreciarlas sin invadirlas, sin tocarlas, sin dañarlas. Qué bonito poder retratarla, torpemente y a lápiz, aprendiendo de este libro y nadando con ella a través de la imaginación. Tú también podrías disfrutar de un viaje así, como yo.
Las belugas (delphinapterus leucas) se caracterizan por su color blanco, adaptado a las zonas árticas donde habita, y por ser muy comunicativo y sociable con su grupo de iguales. Se les asocia un comportamiento desenfadado, libre y curioso, interactuando con piedras que lanzan, atrapan, golpean o usan para frotarse y disfrutar entre ellas.
Hay fotógrafos que, en compañía de investigadores o investigadoras han logrado capturar imágenes de las belugas cuidando su existencia tal cual es, sin perturbarlas ni dañarlas. La educación, la divulgación a través de la lectura y la imaginación son nuestras mejores fortalezas para promover las conservación, el conocimiento y el respeto hacia todas las formas de vida tan bellas con las que convivimos en la Tierra.
Espero que este pequeño y humilde homenaje a la beluga, en forma de texto y dibujos, sirva como recordatorio de que podemos disfrutar y aprender sobre la vida marina de maneras que sean respetuosas y no intrusivas, y que nuestra relación con la naturaleza puede ser enriquecedora y beneficiosa para todos los seres involucrados. Convivimos en este planeta con especies maravillosas: cuidémoslas o, al menos, dejémoslas vivir. Tal vez con eso sea suficiente.
Cierro el libro, lo guardo en la estantería y miro el reloj: ya es la hora.
María Beltrán Catalán - LadyLuna
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