Ir al contenido principal

Entre fotografías y acepciones

Fotografiar es, según la RAE en su segunda acepción, “contar algo con tal verdad que parezca presentarse a la vista”. Es curioso que “verdad” y “parecer” aparezcan en la misma frase, aunque ¿no es así como asumimos el mundo? Si alguien nos sugiere imaginar un huevo, será de color liso y de gallina. 

Ajeno queda que la mayoría de los huevos en la vida real son de tamaños, colores, formas y texturas diferentes, o que no solo las aves los crean. Como los tiburones, que esconden sus crías en huevos con forma de alga en espiral; o aquella especie de mariposa cuyo huevo se asemeja a una madeja de hilo con agujas clavadas. 

Sí, nos mostraron una fotografía y nos dijeron que así se veía el mundo… pero solo era la mirada de quien fotografiaba en ese momento. Su mundo no es “el” mundo ni tiene por qué ser el nuestro. 

Hoy, tal vez, tengo ganas de jugar dentro de casa y hacer del huevo algo que huele dulce y sabe a almendra. Quizá quiero que se convierta en risa y en compartirme. A lo mejor prefiero fotografiar sin contar para que parezca; sino más bien viviendo con esencia para que evoque. Para que quede en mi memoria emocional particular. ¿Acaso puede una sola imagen representar, al completo, lo que algo está siendo?

Un huevo es una tarta quemada y divertida. Un huevo es, también, la hembra del pulpo que entrega su vida para la custodia del mismo. El huevo es vida y muerte a la vez, aunque, ¿no cumple esa curiosa contradicción todo lo que existe?

Supongo que depende de quien mire, de quien observa lo que el objeto evoca para sí. Ya sabemos lo que quieren que veamos ante el sonido de la palabra “huevo”, ¿pero qué vemos, olemos y sentimos en realidad nosotros, nosotras, en esas letras tan comunes y al mismo tiempo tan extraordinarias?

Este es mi huevo hoy sábado día 20 de julio de 2024:

  1. Ponemos 5 huevos en un bol grande, con edulcorante, y batimos.
  2. Mezclamos los huevos con almendra molida, canela y limón rallado. Nos damos cuenta de que algo no funciona. Decidimos echarle un chupito de leche. La receta no lleva leche.
  3. Batimos todo y notamos que aún falta líquido, así que echamos un huevo más y seguimos mezclando. Probamos a buscar otra receta porque la consistencia es demasiado espesa, mazacote.
  4. Parece que para la cantidad de almendra que hemos echado hacen falta dos huevos más. Los echamos y nos esforzamos en mezclarlo todo.
  5. Sigue sin verse bien, le echamos más canela.
  6. Asumimos que ya no podemos hacer más por esa tarta, así que la introducimos en el horno. Nos vestimos de esa paciencia absurda que no aguanta la risa porque sabe que aquello no va a salir bien, pero total, ya que empezamos, habrá que llegar al final.
  7. ¿Podéis notar eso? Huele a canela, qué lindo. 
  8. En realidad, no debería oler así. Claramente nos hemos pasado de cantidad. Nos reímos otra vez.
  9. Ya han pasado los 30 minutos que indican, como máximo, las recetas que vimos por internet. Abrimos el horno repetidas veces para convencernos de que, efectivamente, no está hecha aún. No sé cuántas veces acuchillamos a la pobre tarta para confirmarlo.
  10. Tomamos la decisión de aguardar 20 minutos más. ¿Qué es lo peor que puede pasar? Bueno, por experiencia, quemarla, pero nos quedamos atentos, mirando el horno mientras el sonido del reloj de pared nos acompaña con su tic-tac.
  11. Bien, en total han transcurrido 50 minutos. Volvemos a acuchillar la tarta, pero aún no está lista. Probamos 10 minutos más. Esto no está saliendo bien, así que nos volvemos a reír.
  12. Una hora de horno lleva esa tarta. Al abrirlo, el calor nubla mis gafas, así que no lo veo. David, que me acompaña, dice que la tarta parece que está. Bueno, por si acaso, la dejamos unos minutos más. ¿No debía estar un máximo de 30 minutos? Nos volvemos a reír.
  13. Sacamos la tarta, me quemo con la rendija del horno. Qué dolor. Me echo agua, pero sigue doliendo. Regreso y la tarta es bastante fea: está rota y no tiene muy buena pinta.
  14. No pasa nada, tomamos un poco de azúcar y espolvoreamos por encima, así queda más bonito. Nada que ver con lo que queríamos hacer, pero es lo que es. Probamos la tarta. No sabe a lo que tiene que saber y ni siquiera está buena. Qué fracaso. Nos volvemos a reír.

Así que descubro que mi definición de huevo, al menos hoy, mañana no lo sé, es esta:

  • Acepción 1: Horno, fracaso y dolor
  • Acepción 2: Volverse a reír

Aquí las pruebas que sostienen la definición:

Comentarios

Toñi ha dicho que…
Interesante y divertido relato, es increible con el arte y la ternura que expresas una simple tarde de verano intentando hacer una tarta y por supuesto sin dejar de batir los huevos.
Muy bien descrito, nos implica en cada frase, por supuesto, intentando averiguar el desenlace y nos manda al final con una sonrisa.
Enhorabuena, escribas lo que escribas siempre llegas al corazon
TKM
Samuel Sopeña ha dicho que…
¡Me encanta! si no lo intentas no avanzas ni aprender, todo es cuestión de prueba y error hasta que sale perfecto.

Entradas populares de este blog

Demetrio, un sapito agradable

¡Hola! Hoy os voy a contar una historia bastante curiosa sobre un sapito llamado Demetrio. Demetrio era muy grande, verde y con manchitas más oscuras en su piel. Tenía unos enormes ojos, aunque siempre estaban cansados y los párpados quedaban a mitad de sus pupilas casi. Su boca era grande, muy grande, y sus patas, cuando se estiraba, larguísimas. Había salido a pasear por el parque cuando un niño pequeño le vio. Entonces, corrió hacia él, alejándose de su padre, para darle un beso fugaz y volver a los brazos de quien había abandonado por un instante. Sus mejillas se hicieron redonditas. Os estaréis preguntando ¿No se puso colorado? Pues no; le crecieron las mejillas. Sí. Cosas de sapos. Resulta que esa mañana yo también había salido a dar una vuelta por el mismo sitio que él, y me lo encontré echado en un banco, suspirando. Se me ocurrió pensar que igual se sentía triste, así que le saludé. -Hola señor sapo. -Hola señora humana. -Puede llamarme Toñi. -Demetrio. -¿Por

Mi Navidad

Apenas faltaban unas horas para la Noche Buena. Mis vecinos habían insistido en invitarme a las cenas con sus respectivas familias, para celebrarlo, pero yo hacía tiempo que no tenía nada por lo que brindar. Mi familia se había ido reduciendo cada año, pasando de ser veinte personas alrededor de la mesa, a verme completamente sola. Supongo que es normal; una anciana como yo, sin hijos ni nietos. La gente parece feliz, incluso quienes no lo son, lo fingen. Las calles se visten de luces de colores para recordarme que el mundo está de fiesta, que yo no estoy invitada a ella. Es triste. Aquella noche ni siquiera preparé la cena. Echaba de menos la sencillez de la que preparaba mi hermana; en paz descanse su alma. Me acosté, intentando mantener la mente alejada de los villancicos navideños. Al día siguiente me levanté, como siempre. Mientras desayunaba, pensé en el consumismo masivo de estos días festivos. La gente no se planteaba si creía o no en la historia de Jesús, en los Reyes Magos,

La fuente y sus historias

-No puedo describir con palabras las sensaciones que vivo cuando vengo aquí. Los tiempos, la gente, las calles... todo ha cambiado -dijo el anciano, saboreando un aire de nostalgia al respirar profundamente. -¿Por qué sonríes, pues? La Font de Dins, Onda (Castellón) -Esa fuente, la Font de Dins. Las risas, las bromas, todo sigue ahí, con ella. ¿No es fantástico saber que hace ochenta años alguien veía lo mismo que tú ves ahora? Puedes imaginar la historia que quieras; es posible que encierre alguna realidad. -Al hablar, parecía estar en otro mundo, en otra época, en otros ojos, ¡quién sabe dónde! -Por ejemplo... ese trío de ancianos de aquella mesa, que beben y charlan. Dos de ellos son primos y solían jugar a cubrir con sus manos los orificios de la fuente cuando alguien se disponía a beber, de manera que, cuando el sediento ya tenía un pie en la fuente, otro fuera y agachaba la cabeza, el agua salía con tanta fuerza de repente que perdía el equilibrio y caía al agua.